DOCE CAPÍTULOS
Parte X
Parte X
Dos días después Ornella volvió a Italia, fue la última vez que la vi. Cuando la fui a buscar en taxi para llevarla al aeropuerto se creó una situación incómoda, desagradable. El galleguete también viajaba, y los tres debimos acomodarnos en el asiento posterior del auto, ella en el medio. Apenas subimos a la autopista empezó a refregarme la pierna. Habló todo el trayecto, me agradeció los servicios prestados y cada tanto, remarcando alguna frase, me acariciaba el muslo. Él miraba de reojo, sin decir palabra, con la misma sonrisa cínica que portaba durante el breve encuentro que tuvimos en la puerta del departamento, cuando yo salía presuroso debido a los requerimientos de Ornella.
-Apúrate, debes irte ya. Juanito está llegando.-Yo ni siquiera tenía la cremallera subida, menos mal que estaba vestido, solo tuve que incorporarme, tomar el bastón, cerrar la bragueta, alisar un poco el traje y huir. Ahí estaba él, apareció de la nada, de este lado de la puerta, que estaba cerrada. No había tiempo para pensar la actitud a tomar. Abochornado, solo atiné a balbucear un saludo y a retirarme con cierta dignidad. Él devolvió el saludo con una inclinación de cabeza, parecía divertido con la situación.
El ascensor se puso en marcha, y una duda empezó a zumbar dentro de mí. En la calle, con el aire fresco de la madrugada, la idea siguió revoloteando.
¡Un voyeur! Eso es, no puede ser de otra manera. No lo vi entrar, el tipo seguramente estuvo todo el tiempo ahí, mirando lo que hacía su mujer conmigo. La idea me parecía horrible, aunque no falto de lógica. Con todo eso, me resistía a pensar que esa criatura tan dulce pudiera caer tan bajo. Así, con pensamientos tan encontrados pugnando por llegar a un acuerdo que me dejara conforme, caminé unas cuadras antes de tomar el taxi que me llevaría a casa. Era una mujer impredecible, no cabía dudas.
Finalmente embarcaron, me dio un beso en cada mejilla y me dijo al oído:
-Aquí se terminó todo abuelito. Fue muy lindo lo que pasó, ahora debes olvidarte de mí, no trates de comunicarte conmigo, piensa que lo que hemos hecho debe quedar como un dulce recuerdo.
Y desapareció.
Quedé solo en la inmensa nave de la terminal aérea. Solo en medio de un mundo de gente. Mirando sin ver, oyendo sin escuchar, Tratando, como en los velorios, de sobreponerme a lo inevitable. Con los recuerdos confusos y el gusto amargo en la boca. Tratando de analizar cada una de las acciones vividas durante la breve aventura, como si así las pudiera alargar o modificar a mi antojo.
Arnaldo Zarza.
Continuará.
Arnaldo Zarza.
Continuará.
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