sábado, 11 de septiembre de 2010

  "La mansión satánica"
                              capítulo VIII

Fue un dolor tan intenso que al poco tiempo de estar tirado en el fondo del foso lo dejó de sentir. Ramón se preocupó, sabía que el dolor al superar el umbral máximo de respuesta no se siente, y temía que lo suyo fuera grave.
La oscuridad y los estruendos  de la tormenta no contribuían en nada a que tuviera una idea clara de su situación.   
Pasado el primer momento de incertidumbre intentó moverse, pero los músculos de sus extremidades no le respondieron,  y pensó que había quedado paralítico.
Despatarrado sobre la colchoneta que había puesto el día anterior para inspeccionar con más comodidad el traste de los autos, quedó pensando en su negro futuro. 
Pero  Ramón no sabía la extraordinaria suerte que había tenido. Olvidaba que de las dos colchonetas que había traído para su comodidad, una de ellas quedó colgando en el borde de la fosa, del lado opuesto donde dio el salto.
Vale decir, primero chocó con ella para luego caer sobre la segunda colchoneta.
Bingo… una en un millón, pero pasó, y ramón lo podría contar. Suerte, que le dicen. ¿O tenía un ángel guardián?
De a poco se fue dando cuenta que podía moverse, y con infinito cuidado se levantó y salió del pozo negro. Había vuelto el dolor, aunque era tolerable.
El chofer de los Ferguson no podía darse el lujo de esperar, sabía que el peligro aún estaba presente. Hurgó en el bolsillo de su pantalón y agarró con fuerza el amuleto, mientras recitaba las palabras: Vade retro satanás, toocul domun lavelevu.
Levantó el amuleto de cinco puntas a la altura de su frente y barrió con él los 360 grados de la estancia. Caminó con lentitud hacia los postigones entornados del garaje sin dejar de musitar la letanía: Vade retro satanás,.
Los truenos y rayos intensificaron su poder
 toocul domun lavelevu

, el viento huracanado hacía volar todo la que podía volar del garaje. Las cajas, chapas y demás objetos pasaban cerca de Ramón sin osar tocarle.
Si un observador ubicado en sitio preferencial lo hubiera visto, habría observado que en torno a Ramón se había formado un aura celeste y fosforescente que lo acompañó hasta la entrada de su casa.




Juana Siguió corriendo por inercia, como predestinada a llegar al sitio del impacto en el momento preciso.
Juana no era una mujer temerosa, pero la situación la superaba, estaba sola en medio de la tormenta provocada por el espíritu del mal. Ella lo sabía, y también sabía que el objetivo final  de la alimaña era cobrarse su vida, pues ella era quién había puesto coto por años a sus monstruosas intenciones. Una vez más le vino a la memoria el fatídico instante en que la pelota, como guiada por una maldición se metiera en el living en busca de su objetivo.  
El maldito espejo y la estúpida mirada que le había dado permitieron que el horrible pusiera su pie en este mundo. Tantos años luchando junto a ramón, para que por un descuido el maligno se hiciera presente una vez más por estas tierras.
Todo esto pasaba por su mente mientras corría al encuentro de su marido, con quién intentarían conjurar una vez más al demonio.
El árbol gigante se quebró como un escarbadientes, el rayo, los vientos y las fuerzas ocultas de la naturaleza, o vaya a saber qué, lograron doblegar al coloso centenario. Juana, ajena a ello, corría en pos de la aniquilación del maligno, y de su propia suerte.
Atrás, no muy lejos de ella, dos ojos rojizos que resaltaban en la oscuridad como luces de neón, la seguían sin perderle el rastro.
El árbol se le vino encima, sin más trámites. Hojas y ramas la moldearon, lamieron, pellizcaron, aturdieron, embotaron, pero no le hicieron daño. La parte superior del cedro estaba dividida en dos, como una horqueta. Ella había quedado en medio de los dos poderosos troncos en V, parada, magullada, pero viva.
Despacito fue apartando las ramas, y con el talismán en alto caminó rumbo a su casa sin mirar atrás, gritando las palabras sagradas: Exsilium tu miser animus Zabulus,  exsilium tu miser animus Zabulus



Verónica sintió frío en su mejilla derecha, abrió los ojos y le costó unos segundos comprender en qué posición se encontraba. El mármol verde del piso lo tenía pegado a los ojos y el cuarto del jacuzzi se vía en una perspectiva diferente a la habitual. No tenía idea de por qué se encontraba acostada sobre el frío mármol. Se incorporó a medias e instintivamente miró al espejo que tenía a su izquierda, nada raro notó en él, pero de alguna manera fue el activador de los recuerdos que la volvieron a la realidad. El primero de ellos desagradable, la cara de la vieja insertada en su cuerpo.
-Seguramente me desmayé- pensó. Juana tenía razón, tendría que parar un poco con el régimen para conservar la figura estilizada.
Sonó el teléfono.  

-Hola… ¡Manuuu! ¡Qué bueno que llamás!, tuve un sueño horrible. Después te cuento, te espero, no tardes… Yo otro, grande. Chau, yo también. 


De la pantalla del televisor desaparecieron, Hitchcock, la Esfinge y las pirámides de Egipto. Julián miraba el rectángulo negro sin entender bien lo que pasaba. Ya no intentó usar el control remoto. Caminó hasta la cocina y volvió con una lata de pomelo, en el plasma, Pedro Picapiedras jugaba a los bolos con Pablo.
¿Quién había prendido el aparato? No lo sabía ni le interesaba. La siestita no le había caído bien. Tendría que pensar en que hacer a la noche; no estaría mal llamar a alguno de los chicos para jugar al Play Station, o ver algua película en el “LED” que le había regalado su papá, pensó.
Tomó un trago largo y se mandó un eructo no menor, también agarró el celular y enfiló para la escalera que lo conduciría a las habitaciones de arriba.
-¿Qué me quedan tres días de vida?, ja, que viejo pelotudo.- Dijo sin darle importancia al asunto mientras escalaba perezosamente los peldaños.
Hizo la cita con sus amigos, y  algunos tragos, eructos y pedos más tarde decidió bañarse.  
La casa sufrió un ligero cimbronazo al recibir de lleno la descarga de un rayo en alguna parte de su anatomía. El potente resplandor la cubrió de un halo blanquecino, y  luego, como fiera herida, parpadeó dos o tres veces sus luces interiores hasta quedar en total oscuridad.

Continuará.
                              arnaldo zarza.


viernes, 10 de septiembre de 2010

    "La mansión satánica"
                      Mañana capítulo VIII






Muy pronto:La inolvidable: 
              
           "CASABLANCA"
                                  -Reseña-
De Michael Curtiz.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

    La mansión satánica
                                     Capítulo VII




 Un fuerte viento azotaba la rueda de Chicago cuando Julián trepó a los caños para dar caza a Ernesto. Miró de hito en hito abajo y arriba. Sintió nauseas, abajo ya no estaba tan lejos como para ignorar la distancia, la suficiente como para convertirse en puré si se caía. Ahora el vértigo se hacía sentir, el peligro se olía. Y desde su posición, Rafael parecía un pequeño muñeco olvidado en medio del parque.     
La cara del viejo se le presentó una vez más.
-Vamos, es tu vida o la de él. Adelante.
-Julián tomó de los tobillos a Ernesto y vomitó, Ernesto soltó el balón, dio un pase de baile, resbaló y cayó. Julián también cayó, con la pelota en las manos.  
El toldo del encantador de serpientes se rasgó amortiguando la caída. Estaba a salvo, aunque algo dolorido. La tienda se había llenado de plumas salidas de dos o tres almohadones rotos por el impacto. Ernesto no estaba a la vista... 

La tapa de un canasto caído al piso terminó de abrirse, y de su interior surgieron las cabezas de dos cobras de aspecto amenazante.
Los bichos, a no más de metro y medio de distancia, descubrieron a Julián tirado en medio del caos y se le vinieron encima. 
Julián, completamente entregado, casi podía oler el aliento de sus atacantes. 
Cuatro ojos amarillentos, sin vida, lo miraban fijo a través de diminutas ranuras negras que cruzaban sus globos oculares.   
Si tener a esas criaturas a  unos sesenta centímetros del rostro de alguna manera resultaba hipnótico, cuando abrieron la boca enseñando los dos enormes colmillos curvos del maxilar superior, el magnetismo trocó rápido a terror.
Julián estaba paralizado, aunque su corazón galopaba. 
Mientras esperaba que las víboras le dieran la dentellada final, la idea que estaba metido en un sueño le cruzó la cabeza. Hizo un esfuerzo desesperado por salirse de ése horror, aunque, de alguna manera  intuía que transitaba la vida real, donde ya había muerto uno de sus amigos y su turno no tardaría en llegar. 
Cerró los ojos para quebrar el encanto, o quizá para morir sin ver de cerca a las criaturas  horrorosas en ocasión del crimen.
Un segundo, dos, tres...
 Los bichos se tomaban su tiempo, y finalmente, en vez de sentir el puntazo de los colmillos de las cobras, sintió el frío pegajoso de las lenguas bífidas que lamían su rostro. 


Cheazaba luba.- Dijo alguien con voz potente y autoritaria.

Julián abrió los ojos y vio aparecer de la nada a un hombre de turbante rojo y barba negrísima. 
No precisó repetir las palabras, los bichos quedaron estáticos, convertidos en piedra.
-Cheazaba luba.- Dijo por lo bajo Julián, tratando de recordar lo dicho por el gigante de ojos celestes. Estaba seguro de conocerlo, aunque no recordaba donde.
-Es tu día de suerte, muchacho. Toma este amuleto y conservarás tu vida. 
Julián sintió el frío metal en su piel. La estrella de cinco puntas cabía perfectamente en la palma de su mano. 
La voz había cambiado notablemente, ahora sonaba suave y melodiosa.
-Cheazaba luba.- Dijo mecánicamente Julián, como si fuera el nombre del hombre que le acababa de salvar la vida.-Es solo un sueño, sé que estoy metido en un sueño.
-No es tan así, pequeño, esto es tan real como lo que crees real. Busca tu camino y encontrarás la salida. Usa el talismán si fuera preciso.
Desapareció... Sin despedida, sin transición, sin más explicaciones.
Parecía que cada parpadeo de Julián evaporaba parte de su entorno.   
Las cobras, la tienda, el parque y la gran rueda ya no estaban, solamente quedaba la tierra apisonada, y sobre ella, los cadáveres despanzurrados de sus  dos amigos. Y él, Julián, que desde un punto abstracto del universo observaba todo. 
Vio a Verónica salir del jacuzzi junto a la vieja. 
Vio a Juana corriendo bajo la lluvia hacia el árbol que se le venía encima. 
Vio a sus padres en un avión azotado por la tormenta. 
Vio a Ramón caer a la fosa de los autos.
Oscureció...
-Tienes una misión que cumplir.- Le dijo una voz en la oscuridad. 
Abrió los ojos y vio al gordo de smoking en la pantalla del televisor. Estaba parado al lado de una estatua:" La esfinge": el monstruo con rostro de mujer, pecho, patas, cola de león, y alas de pájaro. Tallado en la meseta de Giza, Egipto. 
Julián se restregó los ojos, se sentía algo atontado luego de la feroz pesadilla, miró a su alrededor y lo que vio le confirmó que había regresado al mundo de los vivos, aunque le quedaba una especie de resaca por lo sufrido en sueño. 
Tenía la boca seca y la horrible sensación  de que sus amigos estaban muertos. Sacudió la cabeza como para sacarse semejante idea de la mente. 
El resplandor celeste que bañó sus retinas acoplado al fuerte estruendo lo despabiló totalmente. Llovía torrencialmente. Bajó los pies de la mesa y se frotó con ambas manos la cara y luego miró hacia el televisor para constatar que todo había terminado.
Pero el viejo estaba allí, sin inmutarse, esperándolo. Rápidamente buscó el control remoto que estaba a su lado, en el sillón. Lo agarró y cambió de canal, una y otra vez. Siempre aparecía el gordo. Estaba ahí, como pegado a la pantalla.
-Deja que te diga algo, pequeño. Te quedan tres días de vida. 
-¿Me está hablando?
-Sí.
-¿Tres días de vida?
-Ni uno menos, el lunes a las siete y diez.

  Arnaldo Zarza
                    Continuará.

lunes, 6 de septiembre de 2010

La mansión satánica
Capítulo VI

Julián, con las patas cruzadas sobre la mesita ratona, lata de gaseosa en mano y bolsa de papas fritas al lado, se atragantaba entre eructos y pedos mientras cambiaba distraidamente de canales, sentado en un sillón que le quedaba grande. 








Por la boca llena la bebida marrón intentaba hacerse un camino para bajar la pasta, la comisuras de los labios por momentos expulsaban torrentes líquidos que corrían hacia el mentón para aterrizar en el pecho. 
Julián, con la mano grasienta de toquetear las papas fritas, intentaba contener el desparramo frotándose la quijada.  
Los truenos y refucilos no parecían existir para él, su único pensamiento, si es que tenía alguno, radicaba en saciar su apetito y sed   
No había nada bueno para ver y las papas y gaseosa habían terminado... 
Con las últimas erupciones de su intestino se acomodó para echarse una siestita. 
Ya estaba por dormirse, invadido por ese estado de ensoñación donde la realidad se mezcla con la ficción. 
El living, en general, empezaba a desdibujarse, y los recuerdos que Julián proyectaba como último contacto con la vigilia, comenzaban a cobrar vida.

El tipo que apareció se le quedó mirando, en silencio, con sus ojos pequeños y duros como los de una cobra.Tenía puesto un smoking, de esos que ya no se usan. Era un gordo vulgar, viejo, calvo y retacón, le pareció conocerlo, aunque no podía recordar de donde. Atrás había un parque de diversiones antiguo, donde la rueda de chicago con sus canastos llenos de gente giraba con sus luces de neón prendidas. De fondo, se escuchaba la música del organillo que intentaba dar alegría al espectáculo. 
Julián, sentado al lado de Ernesto, vio como las butacas donde estaban se elevaban hasta el infinito. Subían y subían. Las carpas y remolques de las atracciones cada vez se hacían más pequeñas, como si la inmesa rueda no tuviera fin. Allá abajo, de la feria y la ciudad solo quedaban puntos luminosos.
Benicio y Rafael, que estaban en unos de los canastos inferiores luchando por la pelota, se suben a la baranda, donde benicio, con hábil maniobra empuja al vacío a Rafael y hace el pase. 
Mientra cae Rafael, Julián se prepara para recibirla, y Ernesto hace lo propio.
La pelota ovalada se le venía encima, a Julián, levantó los brazos sabiendo que no llegaría a retenerla... y no pudo.  Ernesto, que sí pudo, ya había trepado a los barrotes de la rueda para hacer el try. 
El viejo de la TV le dice a Julián:
No puedes dejar que se escape, pequeño, el que pierde en este juego está muerto. 
Mientras el viejo hablaba, Julián pudo ver en la TV la imagen de un grupo de curiosos mirando el cadáver de rafael bañado en sangre, tirado sobre la tierra apisonada.

domingo, 5 de septiembre de 2010

Y Julián pudo ver la imagen en la TV de un grupo de curiosos mirando  del cadaver de rafael bañado en sangre, tirado sobre la tierra apisonada.

Mañana, capítulo VI de:
             
         La mansión satánica