LA Mansión satánica
Capítulo XII
Benicio Liang Li, aferrado a la cabeza del doberman decapitado, luchaba infructuosamente contra las garras y dientes del perro sobreviviente. Ya cuando sus fuerzas menguaron por el esfuerzo y la sangre perdida, pareció darse cuenta de su eor, soltó la cabeza muerta y agarró la viva con todas sus fuerzas. Pero se dio cuenta inmediatamente que ni haciendo un esfuerzo sobrehumana tenía chances de separarse de su agresor. Y de a poco se fue entregando, resignándose a su destino, como muchos de sus ancestros.
Cerró los ojos, aflojó los músculos, y aún tuvo tiempo de proyectar una última imagen antes de morir: La de su madre…
A continuación sintió un sonido corto, seco y áspero, como cuando se corta el pasto con una hoz. Luego lo embebió una dulce calma, y finalmente la bruma embotó su cerebro. Y ya no hubo rayos ni truenos, solamente un manto negro de silencio.
A unos veinte metros del lugar, un hombre que venía presuroso en busca del joven Li vio parte de la orgía de sangre.
Ramiro, uno de los custodios de la mansión, que por necesidades fisiológicas volvía de un baño situado en uno de los extremos de la muralla circundante, vio al niño vagar sin rumbo por la espesura. Le gritó pero Li no lo escuchó. Entonces, apurando el paso trató de interceptarlo, aunque debido a la oscuridad reinante se le escabulló de la vista en más de una ocasión.
Finalmente dio con él, en el mismo instante en que el gigante rubio decapitaba al doberman que estaba matando al chico, se paró al ver que el grandote salvaba al joven, pero su asombro casi no lo deja reaccionar cuando el supuesto salvador volvió a levantar la hoja afilada para rematar a Li. El custodio solo atinó a gritar, y esa acción salvó la vida del amigo de Julián, y se llevó la suya.
El rubio de la mirada helada escuchó el grito y detuvo el recorrido del machete cuando empezó a bajar en busca del cuello del oriental. Un formidable fogonazo iluminó a giorno el parque de los Ferguson como para señalar a quién osaba interrumpir la faena del azote del infierno, aunque no hacía falta tanta luz para localizar a Ramiro, que había quedado paralizado ante la intención asesina del gigante.
Lo que pasó a continuación fue vertiginoso, apenas duró unos pocos segundos. El hombre del machete con agilidad increíble dio un salto colosal, corrió por la hierba mojada y dio otro salto que lo ubicó en las narices de Ramiro. Llegó rápido, e hizo su tarea aún más rápido. El machete ya había iniciado la curva descendente dirigiéndose al cuello del infortunado guardia cuando este en un acto reflejo levantó ambas manos para protegerse. Los tres elementos fueron amputados limpiamente y cayeron ordenadamente al lado del cuerpo sin vida.
El asesino miro su obra sin piedad, e ignorando a Li, que seguramente ya estaría muerto, siguió su camino rumbo al verdadero objetivo de su visita a la mansión de los Ferguson.
Arnaldo Zarza
Próximamente: La guerra Gaucha, homenaje.
El film de Lucas Demare.