Verónica entró al living y caminó hasta el sofá de cuero verde donde se sentó. Manoteó el control remoto y cuando lo estaba por usar sonó el celular que tenía en el bolsillito del jean.
Se levantó y fue hacia el espejo que estaba justo frente a uno de los ventanales y allí, mientras miraba coqueta su estilizada figura atendió el teléfono.
-Hola Manu, si, si, ¿entonces, venís esta noche? Que macana, bueno, nos vemos mañana entonces. Sí, yo también. Cortó he izo un puchero de niña mimada.
Tendría que pasar sola la noche, que macana, si hubiera sabido que Manu no venía le habría dicho a las chicas de hacer una pequeña reunión para ver alguna película, comer algo y charlar, aunque tal vez aun estuviera a tiempo, se dijo. Pero no estaba segura, a quién quería en casa esa noche era a Manu.
-La tarta de jamón y queso está sobre la mesa de la cocina.- Escuchó que decía la voz de Juana.
Desvió levemente los ojos de su figura y la vio por el espejo, un poco atrás, a la derecha, diminuta y flaca como un espárrago, con el guardapolvos de color desvaído y el pelo negro recogido hacia atrás. Juana siguió hablando con su dulce tonadita del norte, recomendándole que no abusen de los dulces, que no duerman muy tarde, que la llamen si surgía algún inconveniente, que Bla, bla,- Verónica no la escuchaba, solo pensaba en Manu, y tampoco percibía que Juana no miraba el espejo al hablar, si bien la estancia se desdibujaba rápidamente por bruma del crepúsculo, era notorio que la empleada de los Ferguson evitaba mirar el espejo.
Crash…pum, pum… un fuerte y seco ruido, seguido de dos o tres golpes en el piso de madera la sacó de su letargo.
Ahora sí Juana miraba directamente al espejo. Sus ojos desorbitados se dibujaron entre las astillas que dividían el vidrio roto, multiplicándose en cada uno de estos nuevos espejos. Verónica no percibió el espanto de la criada, y tampoco que inmediatamente después que el pelotazo hiciera su trabajo, se santiguó y volteó la cara para no verse reflejada en el espejo. Verónica fue hasta el interruptor de la luz y lo pulsó. Fue en ese momento cuando se dio cuenta que estaba sangrando, una pequeña astilla le había pinchado el pómulo izquierdo y su mano ensangrentada había manchado la pared. No era algo serio. Juana le desinfectó con agua oxigenada y le puso un esparadrapo.
-Vengan a dormir a casa.- les dijo, cuando entró Julián.
-No.
-¿Por qué?
-Es de mala suerte, van a suceder cosas muy feas en esta casa, vengan conmigo.
Y no, no quisieron ir. No se rieron de ella, tampoco hicieron bromas cuando se fue, la vieron muy mal, preocupada, desencajada. Además la conocían de siempre, y sentían cariño por ella, como si fuera una tía vieja del campo.
Juana sabía que estaban en el comienzo de días difíciles. Todos los años que trabajaron para protegerse y proteger a sus amos se habían ido al diablo, si, literalmente al diablo. Habían pasado veinte años de sus vidas dedicados desactivar a los espíritus malignos de la casa, y mal no les había ido, los habían cercado, confinados a un sitio donde no causaban mayores problemas, pero habían vuelto, y eran peligrosos.
El sol se había ocultado por completo, las luces del parque se habían encendido automáticamente, aun así, el aspecto general de la propiedad era tirando a oscuro, con zonas donde no se distinguía nada de nada, y otras donde bultos informes parecían flotar fantasmales por debajo de los frondosos árboles; Eran los doberman que soltaban al anochecer.
.
Arnaldo Zarza
Esta historia continuará.
Quienes tengan historias interesantes para compartir la pueden enviar a:
Las publicaremos en el Blog.