martes, 7 de junio de 2011

Sucedió en Chapadmalal-Capítulo II

                                    (Déjà vu)


    Parte II                      Arnaldo Zarza
¿Qué busco en el sitio que cambió mi vida?, no lo sé, tal vez algún indicio que haya  dejado suelto la naturaleza por ahí, quizá  intentar repetir el experimento, no, no una tercera vez,  difícilmente llegue a tanto. Mientras camino buceando en  las  profundidades de mi alma, trato de  recordar paso a paso mis últimos minutos de quince días atrás, o mejor dicho, de  cuatro años y quince días  atrás, pero antes no puedo dejar de comentarles como conocí a Ana, aunque me parece que estoy enmarañando un  poco el asunto, lo que dije al comienzo, en realidad  sucedió antes de las últimas vacaciones de verano. Ahora las cosas marchan viento en popa, me refiero a  lo  relativo de la relación que me une a Ana. El caso está aparentemente resuelto, pero, maldita sea… Lo que me pasa no es sencillo, ni siquiera se cómo explicarlo con cierta coherencia sin caer en una interpretación reñida con la cordura. Supongo que yo tendría que estar feliz por haber  recuperado los favores de Ana, y digo favores porque lo siento así, como un regalo del cielo, como algo impensado apenas dos semanas atrás.
Ana, es hermosa, eso salta a la vista, no es necesario ser un especialista para  darse cuenta de ello. Piernas largas, bien torneadas, muslos carnosos y tiernos, ojos verdes, que cuando miran lánguidos a través de esos párpados regordetes con pestañas  como abanicos, te  hace pensar  que sos el rey del universo; pechos grandes, como a mí me gustan, naturales, duros, pero no tanto, panza plana y sinuosa al mismo tiempo, culo: el mejor, lo  aseguro,  con decir que, cuando vamos por las calles los ojos masculinos bizquean como brújulas en pos del polo norte. Recuerdo la vez que paseábamos por la costanera tomaditos  de la mano, y de una camioneta desvencijada que se arrastraba lastimeramente por la avenida,  salió una ronca voz arrabalera que describió con crudeza y admiración la abundancia y buena disposición de sus redondeces, comparándolas con un poema. Ana, conciente de lo suyo, solo sonrió. Yo, por otra parte, me sentí orgulloso e inseguro al mismo tiempo. No era para menos, hacía pocos días que salía con el monumento viviente. 
Cuando la conocí y me dio bola, un año atrás,  no podía creer en mi suerte, tenía a la diosa entre mis brazos. No es que yo sea un adefesio o cosa por el estilo, más bien creo  que algo de pinta tengo, bueno,  tampoco es para tanto. 
El caso es que la chica era como miel para las abejas, los tipos zumbaban a su alrededor como moscas de letrina, la rubia tenía para elegir lo  que quisiera, altos, flacos, musculosos,  intelectuales, adinerados... o yo; que ante ese panorama decidí hacerme a un costado, mientras la multitud perseguía a la abeja reina en la fiesta de fin de año de la empresa donde trabajo. Al tiempo que la fauna caliente acosaba a la princesa, dos o tres tipejos, y un servidor, aprovechamos la ocasión  para picotear las sobras. La pelirroja con quién me puse a conversar no estaba del todo mal, yo había tomado unas cuantas copas y ella también, y parecía que todo lo que le decía le resultaba súper divertido, hasta me festejaba chistes que ni a mí me causaban gracia. Modestamente, la chica había sucumbido a mi seducción. Es lo que yo llamo “cuando  todo te resulta simpático porque el otro te gusta”. O tal vez  estaba borracha, aunque prefiero pensar en positivo. ¡Me la había ganado!
Bien, el caso es que me empecé a hacer el payaso, pensando, seguramente, que era un vivo bárbaro.  
-Hacé de cuenta que sos una rosa y yo un picaflor.- Le dije  moviendo los brazos en forma de aspas mientras brincaba sobre mis dos piernas como un idiota.  
-Je, je, ¿vos un picaflor y  yo una rosa, no?    
-Cerrá los ojos.- Fue lo más brillante que se  me ocurrió para darle un beso. 
-Las  rosas no tienen ojos.- hipó mientras los cerraba riendo a carcajadas.   
Fue  en ese instante cuando la vi venir, ya estaba a poco menos de un metro mío cuando me di cuenta que seguía moviendo los brazos como un estúpido, no se bien que fue lo que pasó por mi mente en esos momentos, solo se que giré para salir corriendo, tal vez de vergüenza, con tanta mala suerte que tropecé con una mesita ratona llena de  bocadillos y vasos de bebidas. Perdí el equilibrio, y para no caer traté de asirme a lo que fuera que estuviera a mi alcance, y a que no saben que agarré. Si, a la rubia: sentí que mi mano tomaba la tela del  vestido y se deslizaba por las curvas tibias desgarrando la ropa mientras trataba desesperadamente de no caer. No creo que el show haya durado más de un segundo, pero en el recuerdo lo tengo como interminable, finalmente enlacé su cintura, y por así decirlo me la llevé puesta. Caímos cuan largos éramos uno encima del otro, yo abajo. 
Su rostro estaba a menos de lo que  un hombre normal puede resistir, me miro, la miré, la  besé, me besó.
Nos quedamos un rato así, sonrió.
-Ana.- Me dijo.
-Arnaldo.
Nos levantamos ante la mirada atónita  de los espermatozoides que no pudieron dar en el blanco, yo todavía no tenía conciencia de lo que había pasado, nos fuimos riendo a carcajadas, seguramente por los efectos del alcohol, o tal vez porque nos gustábamos. 
La pelirroja seguía con los ojos cerrados,  seguramente se habría quedado dormida esperando el beso.


Relato de VI apítulos.
Próxima entrega:
Capítulo III- lunes 13 de junio del 2001