Doce capítulos
Parte IX
¿Cuál de esas dos imágenes elegiría usted para acabar, Norberto?
La pregunta la formuló al día siguiente, en un encuentro casi de “prepo”, en un café de Rivadavia y Río de janeiro, a las ocho de la mañana. Recién amanecía cuando sonó el teléfono, ni siquiera dijo disculpe, como era su costumbre de hombre educado.
-Usted debe venir, han sucedido acontecimientos extraordinarios.-
Era un domingo lluvioso, y yo había dormido tres horas. No tuve tiempo de protestar, cuando quise reaccionar, Fabián ya había colgado.
El paraguas no sirvió de mucho, el viento soplaba fuerte, de frente.
Empezó a contar la historia, valía el madrugón. Las medias lunas y el café con leche hicieron su efecto benéfico, el sueño había desaparecido.
Sin prisa, paladeando las palabras, relató con lujo de detalles la aventura, y también sus vivencias. Como a las diez, con la segunda copa de ginebra, empezó a filosofar respecto a la imagen que se debe tener en la mente en el momento de acabar.
-Es como la paja.- Me dijo,-Para que sea eficaz se debe pensar en alguien.
Y me dio a elegir.
¿Cuál de esas dos imágenes elegiría usted para acabar, Norberto? ¿La del pecado, según la mirada católica, o con la carita de niña virginal?
Me causó gracia la ocurrencia de mi amigo, porque Ornella no tenía nada de carita virginal ni de niña. Claro que con las copas de más, la luz tenue y la calentura, no sería difícil hacerse la película.
-No lo sé, tendría que haber estado ahí para elegir la imagen de mi conveniencia, pero estoy seguro, por lo que usted cuenta, que cualquiera de las dos opciones eran la correcta.
-Usted sabe, que por la premura del caso no atiné a usar condones, espero no tener complicaciones.
-¿De qué tipo?
-¡Hombre! que quede embarazada.
-Olvídese de eso, ella sabe cuidarse.
-Salí a las disparadas, un poco más y me hecha de la casa. ¡Qué carácter!
-Está medio piantada.
-No creo sea para tanto, pobre chiquilla.
Por momentos Fabián trataba de dar una apariencia de indefensa criatura a “la pobre chiquilla”, y en otros, la realidad lo contradecía. Y siguió contando.
-En un momento dado, ya no recuerdo la situación, la quiero besar en la boca, y me separa bruscamente, casi con desprecio. Me sentí humillado, pero no tan, como para retirarme, la excusa que me di a mí mismo fue el dolor de rodilla, y por qué no, la esperanza de que finalmente pasara algo. No podía entender como alguien tan dulce podía pasar a ser tan cruel en menos de lo que canta un gallo.
Con el vermut y la picada, a eso de las once y media, ya habíamos repasado en líneas generales todo lo acontecido durante la noche del día anterior. Solo quedaban detalles en el tintero, el resto de la conversación consistió en la repetición, con distintos matices, de los mismos hechos y situaciones ya hablados y analizados durante la mañana, tal vez con el agregado de algún comentario jocoso. Fue bueno ver a mi amigo paladeando cada una de las palabras que recordaban de aquella noche extraordinaria.
-La que volvió era otra persona, y no digo esto por los hábitos. Fue como si el incidente anterior no hubiera existido.- Me dijo bebiendo el segundo, o tal vez el tercer vermut.
-Estaba drogada, es obvio.
-No, fue cuando me dijo que solo besaba en la boca cuando estaba de novia. Pobre criatura.
Lo miré para contestarle con una puteada lo que pensaba de la supuesta criatura, no pude.
Era mi amigo, y no quería herirlo, que importaba que creyera lo que le diera gana si eso lo hacía feliz. Una aventura como esta era difícil que se le repitiera a sus ochenta y tres años, y vaya a saber si no era digna de ser publicada en los “Records guinnes”. Esta aventurilla, que en un principio parecía no llegaría a mayores, se convirtió en el volver a vivir de Fabián, fue la chispa que encendió nuevamente el motor de una vida que se había detenido en la monotonía.
Al día siguiente, por teléfono, ante la imposibilidad de encontrarnos por mis actividades cotidianas, siguió informándome de detalles olvidados, y otros recientes.
-¿Sabe que me dijo por teléfono?-No me dejó adivinar.-Me dijo que por la mañana se había acordado de mí.
-Abuelito, cuando me bañaba empezó a salir lo que me dejaste adentro. Un beso.-Dijo y cortó.
- Es una reventada.
-Probablemente.
Arnaldo Zarza.
Continuará.
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