“Unos pocos días de primavera”
Solo para mayores
Doce capítulos Parte II
Fue el lunes pasado cuando lo llamé. Necesitaba desesperadamente compartir con un amigo los acontecimientos que me tocaban vivir, hablar de la historia que amenazaba cambiar parte de mi vida por otra llena de esperanzas y deleites. Sentía ese hormigueo característico de las situaciones donde contar, ser escuchado y repreguntado producía casi tanta satisfacción como el pecado del que se habla. Necesitaba la complicidad de un amigo para charlar de los temas prohibidos, de los detalles, de los sueños y realidades.
Mi vida transitaba un momento particular que seguramente no se repetiría, y precisaba compartirlo, hablar y discutir hasta el cansancio, disfrutar y sufrir de esa pasión en ciernes que no sabía a qué puerto llegaría.
-Hola, ¿Norberto?
-Cómo le va Fabián, ¿que cuenta?
-Quería invitarlo a almorzar, me gustaría hablarle de unos asuntos, si tiene tiempo para una larga sobremesa.
El restaurant Vasco-Francés es uno de esos lugares señoriales donde se come bien y la atención es discreta, de tal modo que la conversación puede fluir sin demasiadas interrupciones. Allí estábamos los dos, sentados en un discreto rincón del salón.
-Gambas al ajillo.-Fue la entrada consensuada con Norberto. El mozo se retiró en silencio, y nosotros quedamos mirándonos por un momento, como sopesando lo que íbamos a decir, y quién lo diría primero. Como yo había urdido el encuentro para tratar el tema de mis desvelos, me sentí en la obligación de iniciar la charla, aunque no quería ir directamente al grano por una cuestión de delicadeza. Y me pareció adecuado iniciar la conversación con preguntas y comentarios triviales, para luego entrar de lleno en el tema que me interesaba.
-¿La familia?
-Bien, gracias.
-¿Su señora?
-Hace dos años que nos separamos.
-Sí, claro.-Contesté incómodo. Pero me repuse de inmediato.
-Mire que culo bárbaro, Norberto.-El comentario me salió del alma, y de paso me ayudó a zafar del estúpido preámbulo en el que me había metido, La dama en cuestión, que oportunamente pasó por allí, y a quién no vi el rostro, merecía el elogio, y fue un deleite verla alejarse cadenciosamente de nosotros. Norberto lanzó una mirada de experto, y con una sonrisa convalidó mi expresión.
-Bien, se lo diré sin rodeos.- Tomé un trago largo de vino, lo observé con cuidado para determinar si me prestaba atención, y largué el rollo.- Se trata de Ornella, una chica italiana que vino a la Argentina por unos estudios de posgrado. Es licenciada en estadística.
Me miró sin decir palabra, asintiendo con la cabeza y esperando que largara el rollo. Norberto sabía que no lo hubiera citado simplemente para contarle que había conocido a una joven becaria Italiana.
Le empecé a contar, Norberto masticaba las gambas sin apartar la vista de mis ojos, cada tanto se acomodaba en la silla y lanzaba una interjección, o una pregunta corta que aclarara algún punto.
-Caramba, es de no creer. Me parece una historia extraordinaria.- Me dijo, cuando la historia aun no llegaba a ser extraordinaria.
-La va a conocer el próximo sábado.
-¿Dónde?
-En la comida del aniversario de la empresa. Está invitada.
-Ha logrado usted despertar mi curiosidad, Fabián, no me perdería por nada del mundo la cena del sábado.
Sus palabras sonaron sinceras, y no como gesto corporativo de varones amigos.
-Pero antes del sábado necesito otro favorcito, si no es mucho pedir.
-Diga.-Me dijo, y yo desconté que me ayudaría.
-Preciso una coartada para el viernes por la tarde, debemos inventar una.-Una sonrisa grande brotó de su rostro.
-Picarón. No pensé que tan adelantado estaba el romance. Me dijo burlón.
-No, no interprete bien, todavía no. Solo se trata de tomar el té en “Las violetas”, pues le prometí enseñarle alguno de los lugares emblemáticos de Buenos Aires.
-Sí, claro el té…-Y a continuación dijo una barbaridad, de la cual reímos los dos.
Quién no me conociera podría resultarle curioso que no me tuteara con un amigo de tantos años. Pero esa era una costumbre que la había tomado de mi padre, y un amigo de él de toda la vida.
Una tarde, al poco tiempo de conocernos, con Norberto, en La academia, el café de callao y corrientes, me dice:
-Fabián. ¿Por qué no me tutea? Tal vez como invitación a la reciprocidad.
-Usted debe hacerlo, si gusta, yo a mis grandes amigos los trato de usted, me siento más cómodo así, no se moleste por favor.- Y seguimos siempre así, de riguroso usted.
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Ornella, como les decía, hacía un trabajo para su licenciatura en la usina láctea donde yo esporádicamente concurría por un asuntillo u otro.
Enfundada en el guardapolvos blanco, escondidos los ojos detrás de los anteojos oscuros de montura ancha, el mechón de pelo negro aflorando a los costados del casco de plástico rojo, y la curva suave que marcaban dos pechos generosos, Bonita por donde se la mire, fue como la conocí.
Me la presentaron al cruzarnos en uno de los pasadizos laberínticos de la planta. Con el ruido de las maquinarias no fue mucho lo que se entendió de las palabras de compromiso dichas en la ocasión, más fue lo que observé de reojo mientras caminábamos casi juntos, al lado de cuatro o cinco personas. Los delicados rasgos de la pequeña nariz, los labios carnosos cubiertos de carmín que al hablar dibujaban un mohín entre gracioso y altanero, y… los senos que subían y bajaban con rítmica elegancia.
Ya en las oficinas, me consultó respecto a procedimientos de orden estadístico, y, particularmente se mostró interesada en Buenos aires y su cultura.
En un primer momento me pareció una chica encantadora, y de un físico notable, aunque, todavía no le había podido ver las piernas.
Durante el almuerzo, en la planta, compartimos la mesa con algunos ingenieros y el administrador. Me senté a su lado de casualidad, y nos fuimos enterando de sus veintiocho años, del aprendizaje de su bastante buen castellano en Madrid, y que era soltera, dos de los jóvenes ingenieros torcían el pescuezo para penetrar sus miradas por la abertura que la camisa ofrecía entre dos botones a punto de saltar, pero yo estaba en mejor posición, no era mucho lo que se podía observar, pero la imaginación hacía el resto. Ella sonreía, creo que halagada.
La vuelta a Buenos Aires en la “combi” fue la frutilla del postre. Estábamos cansados, y todos dormían, menos el chofer, claro, y yo. Ornella dormitaba, y cada tanto abría sus ojos verdes escudriñando vaya a saber qué. Me miraba y sonreía, para ese entonces éramos grandes amigos.
-¿Dónde estamos? Me dijo con vos dormida y apenas audible, desperezándose como una gata.
-Acceso norttt…-Sus manos se habían apoyado en mi muslo, muy cerca de donde se junta con el otro, cuando intentaba incorporarse. Me quedé helado al sentir el tibio contacto de sus dedos. Ella siguió con las manos allí, sin inmutarse.
-¿Dónde?
- Acceso norte.-Respondí al cabo de unos segundos.- Ya pasó, ahora entramos a la…-Y dejé de ver y sentir lo que me rodeaba, y al mundo, salvo a ella, que terminó de incorporarse aferrando con de una sus manos mi miembro. Parecía no darse cuenta, ¿o sí? -¿Qué hago?- Me dije. Nada, no hice nada, solamente quedé disfrutando el momento.
Era la hora del crepúsculo, y los lánguidos rayos solares no contribuían a distinguir con nitidez el contenido del habitáculo donde viajábamos, sin embargo, en medio de la pátina amarronada que nos envolvía, pude observar su rostro, que tamizado por miles de corpúsculos dorados, le daba un dejo angelical- Sonreía, creo que me sonreía, pero no alcancé a comprender si ese gesto era de inocencia, o malicia.
-Estamos llegando-Se escuchó decir a una voz anónima, y al instante se insinuaron susurros, interjecciones, y movimientos de cuerpos que volvían a la vida luego de una larga hibernación.
Ornella soltó su presa sin prisa.
Arnaldo Zarza.
Continuará