Un año después la volví a ver, tocó el timbre de mi departamento, y sin explicaciones ni disculpas, tal como era ella, me dijo al tiempo que sonreía de oreja a oreja:
-Ciao caro.-Me dio un abrazo, un beso en cada mejilla y se metió dentro, sin darme oportunidad a una negativa. El Chanel número cinco inundó el living, y a los pocos minutos ya estaba subida a horcajadas entre mis piernas.
Me hizo casi todo lo que hizo con Fabián, fue un calco, pero sin los hábitos.
Durante ese año, luego de conocerla, habíamos entablado una correspondencia a través internet, haciendo yo de mediador entre ella y Fabián. El caso es que mi amigo no entendía que la relación había concluido en el mismo instante en que salió del departamento, como seguramente pasaría cuando saliera del mío.
El la llamaba a Italia por teléfono y la situación se hacía insostenible, por suerte, a los pocos días de los insistentes llamados recapacitó y no volvió a molestarla. Nosotros continuamos mandándonos mensajes esporádicos de saludos y otras trivialidades.
Cuando tocó el timbre de mi puerta no sabía que estaba en Buenos Aires, y menos la intención que se traía. No me quedan remordimientos, pues Ornalla es inimputable, o algo así, y sé que no estoy traicionando a mi amigo.
Pero descubrí porqué usaba siempre pantalones. En lo mejor de la acción la agarro fuerte de los tobillos, el izquierdo, el que yo asía con la mano derecha, era duro, y dejaba escapar un frío metálico que lo sentí a través de la oscura media. Fue solo una fracción de segundos la mirada de entendimiento que nos cruzamos, supongo que ella estaría acostumbrada a esos avatares, un momento difícil, pero lo superé sin que se notara. Ahora entiendo por qué en la cena de la láctea un ingeniero se refirió a Ornella como la renguita, yo nunca la había visto caminar, o tal vez no presté atención.
Fabián falleció hace seis meses, en sueño, sin dolor, sin molestar.
Yo tengo cincuenta, recién cumplidos, y nunca me paso algo igual, ni creo que vuelva a repetirse.