Ayer por la siesta viajaba en taxi, apurado, como siempre, las calles repletas de autos, el tránsito enloquecido y el tiempo justo.
Mi amigo Norberto había quedado atrás, con su recientemente pié operado, las milanesas, radichetas y el vino malbec a discreción.
Circulábamos por México, brnnn, brnnn. El frío de la mañana me dejó encima la campera polar que a esas horas me hacían sudar la gota gorda.
-Es nuestro carma, dijo el chofer como cosa juzgada.
Por la noche me fijé en la Wikipedia: “Según los hindúes, el karma es una «ley» de acción y reacción: a cada acción cometida le corresponde una reacción igual y opuesta”. Tomé esta definición debido a que no me pareció que pegaba con la reencarnación y otras cuestiones que mencionaba la enciclopedia “de todos”. Y… pensé, seguramente algo de esto merezco.
Pero mi egoísmo capitalino solo quería huir de ese kilombo, rápido y como fuera; sin ofender con la comparación del sitio de esparcimiento y relajación antes nombrado.
Continúo, los autos que no avanzan, la avenida 9 de julio cortada, por un piquete, o vaya a saber por qué, resignado presté atención a la radio del coche: Bla, bla, bla, alguien hablaba. Creo era una descendiente de carlitos, sí, Gardel, no Chaplin.Nunca fui aficionado al tango, pero algunas canciones me gustan, mucho, pero, mucho. Son letras increíbles, como para mí estas estrofas:
Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé.-----
Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio o chorro, generoso o estafador...
El que no llora no mama y el que no afana es un gil.
Siglo veinte, cambalache problemático y febril...
¡Dale, que va...! ¡Que allá en el Horno nos vamo’a encontrar...!
Y así hay miles, que en la soledad de la noche te hacen reflexionar, a mí, claro, no a todos, son las reglas de juego, no pretendo modificarlas ni decir que tengo razón.
Avanzábamos milímetro a milímetro. A dos o tres cuadras vislumbré un claro entre los edificios que nos hacían la guardia. ¡Debe ser la 9 de julio! Imaginaba mis ganas de salir del atolladero. Pero las distancias no importan cuando estás quieto.
Y de repente lo escucho, al que más me gusta de esa constelación de grandes. Y canta, y lo escucho esperando superar Salta, la calle. Me olvido un poco de todo, pero algo anda mal, no mal, es algo distinto, ¡qué pasa, Carlitos!
Me acomodo en el asiento un tanto gastado del auto de alquiler, le digo al chofer:- ¡Está cantando en inglés!
Huuu, no sabía, y, bla, bla, bla. Carlitos cantaba unas estrofas en inglés, un poco como pronuncio yo, tipo como lo escuché alguna vez a Carlos, el del 1 a 1.
Cuando me di cuenta ya estaba cerca de Constitución, donde tenía que continuar en tren, como cualquier hijo de vecino, como soy yo.