jueves, 2 de junio de 2011

Déjà vu



¿Le ha pasado que al presenciar una determinada escena o situación, tenga la sensación de haberla vivido previamente?
Emile Boirac, científico e investigador francés, (1851-1917), en su libro (El futuro de las ciencias psíquicas), da el nombre Déjà vu a este acontecimiento, qué, en síntesis, consiste en: (la experiencia de sentir que se ha sido testigo o se ha experimentado previamente una situación nueva). -Wikipedia-  
En este relato, el protagonista debe luchar contra una pegajosa telaraña de saltos temporales, vidas alternativas y Déjà vues que lo tienen prisionero en un caótico universo sin reglas ni concesiones.


Sucedió en Chapadmalal
                                                   
                             Parte I        Arnaldo Zarza

Las aguas de las playas de Chapadmalal son terriblemente frías para mi gusto. Eso no quita que cada tanto me de un chapuzón en ellas para confirmar la excepción a la regla.
Han pasado varios días desde que volví de la muerte, o algo así. En estos momentos la prioridad de mi vida consiste en reconstruir mi pasado inmediato, anterior al incidente que alteró las leyes de la física, y fundamentalmente, mi existencia.
Dicen que el asesino siempre vuelve a la escena del crimen, en mi caso, el que vuelve es el cadáver, por así decirlo. Supongo inocentemente que algo va a salir a la luz si investigo la zona donde ocurrieron los hechos. 
Doy los últimos pasos que me separan del borde del acantilado, desde aquí arriba se tiene un panorama más amplio de la costa, pero quizá engañoso, las imágenes que observo parecen una postal sin muchos detalles, la primera impresión me dice que está todo igual que siempre, el mar frío y turbulento por un lado, por el otro, los acantilados donde estoy parado, y entre medio, las playas comprimidas  por ambos, con gente que toma sol, juega a  la pelota y  se tira al agua como todos los años desde que  tengo uso de razón. Observo mecánicamente lo que  parece una película que ya vi. Luego de una  eternidad vuelvo a la realidad e intuyo que allá abajo esta la clave del enigma que me carcome los sesos. 
Desde esta posición de privilegio reconstruyo mentalmente una y otra vez mis movimientos del día que morí dos veces.
Como decía, las aguas de  Chapadmalal son frías, y ese día mi estado de  ánimo no era  el mejor, por no  decir “el peor de mi vida”. 
Ya hacía más de dos horas que  transitaba sin rumbo y con la idea fija por el familiar paisaje de arena, sol, carpas, nubes, perros, música, cuchicheos, sombrillas, y gente que intenta pasar lo mejor posible sus días de descanso.  
Ya cerca de la escollera que cierra la playa, supongo que por algún tipo de protección, tres o cuatro viejos pescaban nada, mientras dejaban correr el tiempo observando el mar ligeramente encrespado. Encaré resueltamente hacia él, “el mar, claro”, aunque pensándolo bien, ya no estoy tan seguro que fuera “resueltamente”, lo que si estoy seguro, si se me permite la expresión, es que necesitaba imperiosamente refrescar mi alma, y allí iba. A  medida que me aproximaba a la amenazante masa verde, que avanzaba hacia mí ondulante, los sonidos se fueron haciendo confusos. 
Los ladridos de los perros que jugueteaban por las cercanías, así como los murmullos, y el lejano run run de los autos que corrían por la ruta frente a los hoteles, distantes a escasos quinientos metros, se fundieron con un sordo rumor proveniente del mar, que me envolvió en sus brazos fríos. Uno de los pescadores alzó la mano en señal de saludo, yo, mecánicamente  hice lo mismo, pensando que no era momento para cumplidos, pero dicen que la educación es lo último que se pierde. 
Bien, antes de seguir con esta historia, debo decirles que lo mío era mal de amores, quiero que lo sepan para que no quepan dudas, y eso no tiene cura, salvo el tiempo, dicen. También dicen que hay otra solución, y no es prudente que les haga pensar, debido a mi errática manera de recordar, en algo que nunca pasó por mi mente. Palabra.
Después de todo, no eran más que un buen par de tetas y un formidable culo, que sin dudas no los quería perder. Claro que estaba loco por ella y todo eso, pero de ahí a que optara por la solución final, no, bajo ningún punto de vista.
No niego que por momentos pensara en matarme, pero también es cierto que de  alguna manera especulaba con el melodrama: Ana se entera casualmente que su amado ha tomado la trágica determinación de quitarse la vida, Ana corre a salvarlo y a prometerle amor eterno. Pero juro que no pasó de ahí el intento. Solo imaginaba una y mil tretas  para  recuperarla.
Se  podrán imaginar que tenía el  cerebro chamuscado por el recuerdo de mi Ana, la veía hasta en la sopa, carajo… Debía terminar con ese calvario  de  alguna manera. 
Cada cuerpo rubio de bikinis breves que se situaban en mi mira durante mis interminables caminatas, erizaban mi piel y calentaban mi alma, al ver mimetizados en ellos a mi amada, para, al llegar a sus inmediaciones y encontrarme con la triste realidad: alguna vieja horrible, o la cuarentona  narigona de várices y rollos incipientes. Claro que no faltaban  las chicas lindas, o simplemente las que rajan la tierra, pero no eran mi  Ana, y eso duele, créanme que duele mucho.    
Eché a correr para zambullirme en el mar  de hielo, creí ver los  brazos  del último pescador que se agitaban para saludarme, o tal vez para alentarme.
Corté la ola gigante que se me venía encima entrando como por un tubo al corazón de  las  turbulentas aguas: dentro estaba calmo y oscuro. 
Como un segundo después sentí la puñalada de frío que me caló hasta los huesos. Creí convertirme en un bloque de hielo, aunque con sorpresa descubrí que podía seguir braceando, aunque a duras penas. 
Ana y mi angustia existencial habían pasado a segundo plano, al tiempo que una  aprehensión  funesta se instalaba rápidamente en mí. 
El inhóspito mar borró de un plumazo  mi vocación de héroe romántico. Basta… 
Ya era suficiente. Empecé a subir, el frío fue desapareciendo a paso acelerado, al poco tiempo ya no lo sentía, los segundos corrían sin misericordia mientras buscaba la salida de ese pozo sin fronteras. Según mis cálculos estaba cerca de la playa, y a no mucha profundidad, seguramente saldría a la superficie en cualquier momento, pensé, aunque no era más que una expresión de deseo. Me quedaba aun bastante aire en los pulmones como para preocuparme, pero, pero los segundos corrían y no veía la luz de arriba. Empecé a dudar si me dirigía en la dirección correcta: ya no estaba tan seguro de qué era arriba y qué era abajo. Estaba a punto de cambiar el rumbo cuando me pareció que el agua se ponía tibia, decidí no innovar. Cuando por fin vi un resplandor que  pensé sería el sol del mediodía, me  impulsé hacia él con fuerza, mientras gastaba el último resto  de aire de mis pulmones.
La claridad seguía allí, al alcance de mis manos, pero  me era imposible llegar a  ella.
Ya no daba más, estaba agotado y sin una gota de oxígeno en el cuerpo, me entró la desesperación y empecé a agitar los brazos con furia, sabiendo que ya no podría contener la respiración por un lapso mayor. 
No se cuanto tiempo después, una especie de corriente eléctrica sacudió mi cuerpo y súbitamente dejé de sentir la necesidad  de  respirar.  


Relato de VI capítulos.
Próxima entrega: 
capítulo II- Martes 7 de junio del 2011