Última parte Arnaldo Zarza
La última vez que lo vi, perdón, (Tal vez no tenga mucho sentido hablar de antes o después en este caos temporal que me toca vivir.) fue hace unos pocos días, cuando caminábamos por la peatonal de Miramar con Ivana y Santiaguito. Él tomaba uno de esos helados baratos que al sorberlos te das cuenta el por qué del precio, yo y los míos también.
Estaba de espaldas, me acerqué despacito y me senté a su lado sin que se diera cuenta, aprovechando que Ivana y el niño se metieran en un negocio en busca de pañales descartables. Se dio vuelta de a poco, como presintiendo mi presencia. Sería como las ocho de la noche, los últimos rayos del sol dibujaron el perfil que me sacaba el sueño dejando en penumbra el resto de la cara. Aun así distinguí sus rasgos duros, angulosos, como tallados en piedra. Me miró de soslayo, al cabo de un tiempo que me pareció insoportable, dijo:
-Es como si el tiempo y el espacio se corrompieran en algunas ocasiones. Soy testigo inmemorial de estos accidentes cósmicos. Desde el muelle lo he visto entrar y salir una y mil veces de las entrañas del mar. No hay mucho más que decir.
-¿Entonces, lo que me pasa es real, tiene una explicación?-Dije con un dejo de esperanza.
-De eso no estoy tan seguro, pero si le sirve de consuelo le digo que conozco a un puñado personas que padece el mismo mal.
Hablábamos bajito, como tratando de ocultar un gran secreto, mientras la gente caminaba indiferente en torno a la mesa que ocupábamos frente a la heladería, en la peatonal.
-¿Debo entender que me han rescatado más de una vez del mar?
-Si.
-No me vuelva loco.
-Si no quiere terminar en ese estado trate de no volver a la escollera.
-¿Y usted, que hace allí?
-Soy un adicto, siempre regreso al mismo sitio, viajo con el pasajero de turno, soy algo así como un polizón.
Puedo decirle que algunos gozamos de esta horrible suerte.
Se levantó sin mirarme, se metió entre la marea humana y desapareció de mi vista. No fui capaz de articular palabra para retenerlo, seguramente debido a que no se me ocurría qué preguntarle. Me quedé pensando en lo irreal de la conversación, y si tal vez no fuera alguien que sabía de mi problema y se reía a mis costillas. Cuando Ivana regresó, un cucurucho se derretía sobre la mesa de plástico a la que estaba sentado.
A esta altura del partido ya no estoy seguro de nada, la lógica me dice que tanto puede ser cierto que cabalgue entre infinitos mundos o simplemente esté chiflado como una cabra.
Por momentos parece que mi mente sale del cortocircuito esfumando las imágenes sobrepuestas de los tres mundos o más que coexisten en él, es cuando se me aclaran las ideas y puedo recordar con cierta lucidez los hechos del pasado cercano sin grandes interferencias de espacio y de tiempo. Ya sin la caótica sucesión de mis recuerdos separo nuevamente una historia de otra para estudiarla y sacar alguna conclusión que me deje vislumbrar el horizonte.
Dicen que ante los hechos consumados no hay marcha atrás posible, te pueden gustar o no, pero son inmodificables. También dicen que todo es posible en el reino de la mente.
Últimamente empiezo a cansarme de este jueguito de nunca acabar, y trato de vivir el acá y el ahora mientras replanteo mi vida, o de lo quedó de la misma.
Si este no es mi mundo, ni Ivana mi mujer, tampoco lo es el de Ana, con la que supuestamente estoy casado. Por otra parte, la Ana de mis celos enfermizos, del que parecería ser el universo del que provengo, solo existe en mi memoria, o imaginación.
Bien, en esta naturaleza desquiciada que me toca vivir, lo único tangible de estos momentos son Ivana y el niño, entonces pienso. ¿Por qué complicar tanto las cosas? ¿Por qué seguir escarbando en un pozo sin fondo? ¿Por qué seguir buscando el paraíso perdido, sabiendo que no tengo chances de encontrarlo?
El caso es que no me resigno a vivir sin conocer la verdad, aunque sea dolorosa, y si bien no albergo grandes esperanzas, sigo investigando en relativo silencio, sin prisa pero sin pausa, hasta que el destino se digne darme una respuesta comprensible.
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Pd:
Ha pasado el tiempo, aunque no en el sentido tradicional.
Cada tanto vuelvo al muelle de pescadores a darme un chapuzón.
Él ya no agita su mano, solo observa como desaparezco una y mil veces tragado por el mostruo verde.
Me convertí en un adicto.
-FIN-
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