lunes, 19 de julio de 2010

¿Se puede estar enfermo de amor?



¿Qué se puede decir del amor, que alguien desconozca? ¿Quién no vivió, observó, entrevió, soñó, escuchó o leyó las mil y una variantes de él?: Apasionado, tranquilo, fugaz, maduro, mezquino, juvenil, furioso, enfermizo, carnal, platónico, inseguro, con odio, maternal, incestuoso, sádico, agradecido, compasivo, imposible, y todo lo que se pueda o quiera imaginar.
Si bien no hay nada nuevo bajo el sol, como dice el refrán, hay historias nada comunes que son dignas de ser contadas y compartidas.
Este relato está basado en una historia breve y real, sin concesiones, fronteras ni prejuicios, donde podremos observar a dos seres envueltos por una pasión y lujuria desenfrenados. 


 “Unos pocos días de primavera”



            Solo para mayores

        12 capítulos                                      Parte I



                                                                   -¿Quién eres?- Preguntó a la silueta de capa y sombrero que lo acechaba sumergida en la bruma de la oscura noche.
-La muerte.
Fabián López mojó su cara con el agua fría de la canilla, y el espejo cumplió con la rutina de siempre. Ese rostro que había visto mil veces como la cara externa de su ser, estaba ahí, ahora surcado de gotas, como testigos involuntarios que esperan su turno para rodar y perderse para siempre vaya a saber donde, el cabello revuelto, el tic casi imperceptible de la comisura derecha de los labios, y los ojos que escrutaban por las ranuras de las negras pupilas, mirando sin ver lo que tenía frente a sí. Una vez más, frente a frente en el borroso contorno del despertar, como contendientes de la pelea eterna entre lo interior y exterior.
Mientras el corazón galopaba, las mejillas acaloradas pidieron más agua.
El líquido helado hizo su efecto sofrenando al pulso desbocado, que  manso, volvió a trotar con ritmo suave. La calma se había hecho cargo de la situación, y los últimos vestigios del sopor se desvanecieron.  
Quedaba el gusto amargo de la resaca, y la impotencia de luchar noche a noche consigo mismo en el abismo de la mente.
Pese a todo, Fabián López, hacía ya un largo tiempo que no le temía a la muerte, no así a las batallas nocturnas contra sus fantasmas.
La pesadilla, como siempre, había sido desagradable, y aunque él  no creía en esas supercherías, en el fondo de su ser deseaba que el sueño no fuera premonitorio.
Una vez más miró al hombre que tenía frente a él. No era un galán, claro, la nariz un poquitín grande, y tal vez no era el rostro mejor cincelado, pero la sonrisa entradora y los ojos verdes, o casi verdes, compensaban el resto. Después de observarse un rato, se dijo que no estaba nada mal, sin contar la inteligencia, claro.
La toalla oscureció momentáneamente su visión al enjugar el agua de su rostro, y allí, en un delicado disolve se plasmó la imagen de Ornella, la mujer de sus dulces tormentos, la mujer que le había dado un nuevo valor a su vida, la que encendió la chispa que hizo arrancar el motor detenido tiempo atrás.     


Arnaldo Zarza.    
                                                                     Continuará                          

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