domingo, 19 de junio de 2011

Sucedió en Chapadmalal - Capítulo IV

                 (Déjà vu)
            
            Parte IV                  ArnaldoZarza
Ahora bien, me parece que es tiempo de analizar el preámbulo del primer accidente para que se formen un panorama más claro de los hechos.
Como decía, las aguas de  Chapadmalal son frías, y ese día mi estado de  ánimo no era  el mejor, por no  decir “el peor de mi vida”. 
El catorce de  enero del 2001 casi llegaba a mitad de su vida. El sol brillaba solitario en el cielo azul luego de la feroz tormenta de la madrugada. Así de loco es el inestable clima de este paraje tan grato a un ser que huye del calor, y  al mismo tiempo, de escaso apego a la  playa. A decir  verdad, no solo los imprevistos cambios climáticos de esta sinuosa fracción de  la franja costera son las causales de  mi maniática felicidad. Por lo general, gozo la paz que emana de esta pequeña población mientras leo; cómodo, tranquilo y sin   interrupciones, despatarrado en la  perezosa del porche de la casita montada  en la punta de la loma, alguna que otra novela de esas que  reservo para las vacaciones. También amo el paisaje verde y ondulado que se extiende delante de mí hasta donde llega la vista, los olores de eucaliptos y del pasto fresco recién cortado. El murmullo de las abejas y demás insectos, que en la quietud de la siesta acompañan a coro el trinar de los pájaros. El campo, que asoma al amanecer y se esconde a la noche para dejar disfrutar la miríada de estrellas que, de vez en cuando nos saludan con un destello fugaz. 

Ana y yo habíamos decidido interrumpir brevemente nuestras relaciones, mejor dicho, Ana me conminó a que cambiara de actitud ante mis “supuestos” celos enfermizos. Discutimos, se enojó bastante y me dejó plantado en la mesa de un café mientras hacíamos tiempo para ir al cine. Todo había empezado debido a mi sospecha, tal vez en este caso infundada, de que había otra persona en su vida. 


En el café de “La Paz”, un grupito de amigotes de Ana que concurrían asiduamente al establecimiento, se arremolinaban alrededor de una mesa como abejas al panal. Yo, en particular, no era amante de sitios como ese, tal vez por no identificar el terreno como propio, y me había resistido un poco antes de que casi me obligara a entrar.  

Ya dentro comprobé que mi aprehensión no había sido errada. Un tipejo untuoso se acercó de la mesa en cuestión y la saludó con un beso de esos que no me gusta nada, se pusieron a hablar casi al oído y con risitas cómplices mientras me ignoraban olímpicamente, como si fuera una tía vieja. Apenas se fue el intruso, diez minutos después, y sin darme tiempo a que la recrimine, otro espécimen de la misma mesa, un sujeto carilindo de sonrisa boba, le guiñó un ojo haciéndole un gesto con la mano que no alcancé a ver con claridad, me pareció que se refería a mí. Ella le sonrió discreta, y me pareció verla ruborizada. Ya no aguanté más, le dije unas cuantas cosas, creo que levanté un poco la voz.
Ana no discutió, simplemente se levantó y se fue. 
Más tarde, por teléfono, me dijo que le había hecho pasar un momento horrible, que Pelusa le contaba unos chismes de amigos comunes, y que tal vez habían hecho mal en hacer rancho aparte, pero que eso no justificaba mi proceder, también me dio a entender que a Pelusa no le interesaba el sexo opuesto, cosa de la que no estoy muy seguro, por último, trató de hacerse la tonta respecto al carilindo, solo dijo que apenas lo conocía del gimnasio, cosa que me puso más loco aún, debido a que estaba convencido que había otro, que podía ser este o aquel, pero, que había otro.
Finalmente me tranquilicé y decidí tomarlo con calma, pues aun así no quería perderla. Traté de suavizar las cosas, pero ella había tomado la determinación de que no nos viéramos por unos días, y me dijo que iría  una semana a casa de la abuela en la ciudad de Miraramar.
Ante el hecho consumado acaté la orden y a mi vez tomé rumbo a la casita familiar de Chapadmalal, seguramente pensando que debido a la proximidad con Miramar, de alguna manera me las ingeniaría para verla.  

Así estaban las cosas en mi vida por ese entonces. Solo, y loco por Ana. Rumiando mi bronca al comprender que ese año no pasaría las vacaciones con ella. 
Como decía, ese día mi estado de  ánimo no era  el mejor, y como en las últimos jornadas, fui a la playa a descargar mi furia. 
El resto lo saben. Casi muero en el mar, y con una diferencia temporal de cuatro años hacia atrás, Ana era completamente mía.
Unos días después cometí el estúpido error de repetir la experiencia; la misma caminata hacia las rompientes esquivando obstáculos mecánicamente, el mismo viejo que me saluda y tal vez la misma ola,  la misma sensación de haber vivido lo que estaba por venir, la misma película proyectada una y mil veces.
 No se por qué lo hice, y tampoco puedo decir con certeza que estoy arrepentido.  
Empecemos de cero una vez más. Mientras camino sin rumbo al mar masticando lentamente cada palabra surgida de mis recuerdos, analizo nuevamente como fue el principio del fin. 

Recuerdo que mi mundo había cambiado radicalmente  desde que la conocí, desde entonces mi vida no era la misma de antes, tranquila y sin sobresaltos.
Estaba loco por Ana, y ella no tanto por mí, o peor aun, sospechaba que me engañaba,  aunque ese detalle seguramente no sería el peor tormento, estaba convencido que me abandonaría en cualquier momento, y eso sí sería grave para mi flaca estabilidad emocional.
Habían sucedido muchas cosas desde entonces, algunas parecidas a un cuento de hadas, otras, solo a un cuento. 
Cuando volví de la muerte por primera vez, sentí que la felicidad volvía a mí, aunque casi inmediatamente percibí que algo no andaba del todo bien. Actitudes, fechas, sitios y hechos que escapaba a mi comprensión habían cambiado mi universo de pequeñas grandes cosas. No había que ser un lince para darse cuenta que Ana no era la misma de horas antes del accidente. No es que fuera a cambiar en su fisonomía, carácter, aliento, o lo que se le pueda ocurrir a uno, era algo más sutil, o mejor dicho, la situación era diferente. 

Ana era mi esposa, y parecía estar muy enamorada de mí. 
El pequeño detalle que enturbia la escena, es que yo por ese entonces no recordaba estar casado con nadie. Por otra parte, había una diferencia de cuatro años desde el momento que entré al mar hasta que me sacaron con un paro cardíaco. Quiero decir que, en poco menos de lo que tarda uno en morir y resucitar, o sea más o menos diez o quince minutos, pegué un salto en el tiempo de cuatro años hacia adelante.
En un principio, solo traté de aprovechar el hecho de tener a Ana siempre dispuesta a satisfacer todos y cada uno de mis requerimientos, no me importaba otra cosa: -tenía la idea fija-. Pero, desgraciadamente nada es eterno, y de a poco fui tomando conciencia del fenomenal lío en el que estaba metido.
La razón me decía que no podía negar los actuales acontecimientos. 
Simplificando... mi matrimonio con Ana, el salto temporal, y que los otros, o sea, mis recuerdos del mundo que provengo, serían el fruto del cortocircuito cerebral post accidente que me había auto-diagnosticado. 

Las horas y días posteriores a mi aparición como “el esposo de Ana” fueron momentos de tensión y emociones encontradas difíciles de describir. Mi delicado estado hizo que de entrada no notara los cambios que prácticamente me paralizarían al día siguiente. Ana se mostraba atenta y cariñosa. Parecía que el divague referente a llamar la atención de mi amada con un seudo suicidio se había cumplido; me sentí un cerdo. Cuando me fui enterando de los detalles de mi nueva vida pensé que me gastaban una broma macabra, hasta que fui constatando los datos que me hacían un extraño en esa casa. Entonces, un miedo acerbo se apoderó de mí, y no se me ocurre mejor idea que volver a la escena del crimen y cometer el mismo error. Vaya a saber por qué tonta deducción, pensaba que de esta manera develaría el misterio de mi salto al futuro. Y así fue, volví a meterme al mar, en el mismo sitio, con la misma consecuencia, y sin aclarar nada, salvo embarrarla un poco más con la aparición de Ivana. 

Relato de VI apítulos.                                     
Próxima entrega:
Capítulo V- viernes 24 de junio del 2001

No hay comentarios:

Publicar un comentario