capítulo VIII
Fue un dolor tan intenso que al poco tiempo de estar tirado en el fondo del foso lo dejó de sentir. Ramón se preocupó, sabía que el dolor al superar el umbral máximo de respuesta no se siente, y temía que lo suyo fuera grave.
La oscuridad y los estruendos de la tormenta no contribuían en nada a que tuviera una idea clara de su situación.
Pasado el primer momento de incertidumbre intentó moverse, pero los músculos de sus extremidades no le respondieron, y pensó que había quedado paralítico.
Despatarrado sobre la colchoneta que había puesto el día anterior para inspeccionar con más comodidad el traste de los autos, quedó pensando en su negro futuro.
Pero Ramón no sabía la extraordinaria suerte que había tenido. Olvidaba que de las dos colchonetas que había traído para su comodidad, una de ellas quedó colgando en el borde de la fosa, del lado opuesto donde dio el salto.
Vale decir, primero chocó con ella para luego caer sobre la segunda colchoneta.
Bingo… una en un millón, pero pasó, y ramón lo podría contar. Suerte, que le dicen. ¿O tenía un ángel guardián?
De a poco se fue dando cuenta que podía moverse, y con infinito cuidado se levantó y salió del pozo negro. Había vuelto el dolor, aunque era tolerable.
El chofer de los Ferguson no podía darse el lujo de esperar, sabía que el peligro aún estaba presente. Hurgó en el bolsillo de su pantalón y agarró con fuerza el amuleto, mientras recitaba las palabras: Vade retro satanás, toocul domun lavelevu.
Levantó el amuleto de cinco puntas a la altura de su frente y barrió con él los 360 grados de la estancia. Caminó con lentitud hacia los postigones entornados del garaje sin dejar de musitar la letanía: Vade retro satanás,.
Los truenos y rayos intensificaron su poder
toocul domun lavelevu
, el viento huracanado hacía volar todo la que podía volar del garaje. Las cajas, chapas y demás objetos pasaban cerca de Ramón sin osar tocarle.
Si un observador ubicado en sitio preferencial lo hubiera visto, habría observado que en torno a Ramón se había formado un aura celeste y fosforescente que lo acompañó hasta la entrada de su casa.Juana Siguió corriendo por inercia, como predestinada a llegar al sitio del impacto en el momento preciso.
Juana no era una mujer temerosa, pero la situación la superaba, estaba sola en medio de la tormenta provocada por el espíritu del mal. Ella lo sabía, y también sabía que el objetivo final de la alimaña era cobrarse su vida, pues ella era quién había puesto coto por años a sus monstruosas intenciones. Una vez más le vino a la memoria el fatídico instante en que la pelota, como guiada por una maldición se metiera en el living en busca de su objetivo.
El maldito espejo y la estúpida mirada que le había dado permitieron que el horrible pusiera su pie en este mundo. Tantos años luchando junto a ramón, para que por un descuido el maligno se hiciera presente una vez más por estas tierras.
Todo esto pasaba por su mente mientras corría al encuentro de su marido, con quién intentarían conjurar una vez más al demonio.
El árbol gigante se quebró como un escarbadientes, el rayo, los vientos y las fuerzas ocultas de la naturaleza, o vaya a saber qué, lograron doblegar al coloso centenario. Juana, ajena a ello, corría en pos de la aniquilación del maligno, y de su propia suerte.
Atrás, no muy lejos de ella, dos ojos rojizos que resaltaban en la oscuridad como luces de neón, la seguían sin perderle el rastro.
El árbol se le vino encima, sin más trámites. Hojas y ramas la moldearon, lamieron, pellizcaron, aturdieron, embotaron, pero no le hicieron daño. La parte superior del cedro estaba dividida en dos, como una horqueta. Ella había quedado en medio de los dos poderosos troncos en V, parada, magullada, pero viva.
Despacito fue apartando las ramas, y con el talismán en alto caminó rumbo a su casa sin mirar atrás, gritando las palabras sagradas: Exsilium tu miser animus Zabulus, exsilium tu miser animus Zabulus…
Verónica sintió frío en su mejilla derecha, abrió los ojos y le costó unos segundos comprender en qué posición se encontraba. El mármol verde del piso lo tenía pegado a los ojos y el cuarto del jacuzzi se vía en una perspectiva diferente a la habitual. No tenía idea de por qué se encontraba acostada sobre el frío mármol. Se incorporó a medias e instintivamente miró al espejo que tenía a su izquierda, nada raro notó en él, pero de alguna manera fue el activador de los recuerdos que la volvieron a la realidad. El primero de ellos desagradable, la cara de la vieja insertada en su cuerpo.
-Seguramente me desmayé- pensó. Juana tenía razón, tendría que parar un poco con el régimen para conservar la figura estilizada.
Sonó el teléfono.
-Hola… ¡Manuuu! ¡Qué bueno que llamás!, tuve un sueño horrible. Después te cuento, te espero, no tardes… Yo otro, grande. Chau, yo también.
De la pantalla del televisor desaparecieron, Hitchcock, la Esfinge y las pirámides de Egipto. Julián miraba el rectángulo negro sin entender bien lo que pasaba. Ya no intentó usar el control remoto. Caminó hasta la cocina y volvió con una lata de pomelo, en el plasma, Pedro Picapiedras jugaba a los bolos con Pablo.
¿Quién había prendido el aparato? No lo sabía ni le interesaba. La siestita no le había caído bien. Tendría que pensar en que hacer a la noche; no estaría mal llamar a alguno de los chicos para jugar al Play Station, o ver algua película en el “LED” que le había regalado su papá, pensó.
Tomó un trago largo y se mandó un eructo no menor, también agarró el celular y enfiló para la escalera que lo conduciría a las habitaciones de arriba.
-¿Qué me quedan tres días de vida?, ja, que viejo pelotudo.- Dijo sin darle importancia al asunto mientras escalaba perezosamente los peldaños.
Hizo la cita con sus amigos, y algunos tragos, eructos y pedos más tarde decidió bañarse.
La casa sufrió un ligero cimbronazo al recibir de lleno la descarga de un rayo en alguna parte de su anatomía. El potente resplandor la cubrió de un halo blanquecino, y luego, como fiera herida, parpadeó dos o tres veces sus luces interiores hasta quedar en total oscuridad.
Continuará.
arnaldo zarza.
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