Es una tarde gris, gris como las gafas por donde miro la vida.
Es una puta tarde de otoño, donde no siento nostalgia, como en otras, de la bohemia del café, el cine, la buena charla entre amigos, y esas pequeñeces que hacen de la vida un sitio digerible.
Aunque parezca mentira, normalmente soy un tipo optimista, pero, en ocasiones, me pongo más humano que en otras.
La muerte ronda en torno nuestro desde que nacemos, es el destino final, según dicen, o por lo menos no hay indicios de que otro sea nuestro camino.
Algunos no le prestan mayor atención, otros no la temen, y quedan los que a cada tanto, una voz repiquetea en su cerebro: te vas a morir.
Cristina se va a morir, como todos, solo que en pocas horas. Esa es la diferencia. Es una amiga de la familia, no mía, en particular. Buena, de esas a quién aprecias apenas la conocés. Son 30 años de tratarla, no a menudo, en cumpleaños y reuniones familiares, intima amiga de mi cuñada, en casa de quién pasamos momentos inolvidables. Seguramente no tiene idea de la repercusión que tiene en nosotros su enfermedad y sufrimiento. Igual, de qué le serviría.
Lo siento mucho Cristina.
Hoy es un día gris, sigo sin entender el porqué de estas cosas. Nunca las entenderé.
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