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lunes, 25 de octubre de 2010

LA Mansión satánica
                    Capítulo          XII
Benicio Liang Li, aferrado a la cabeza del doberman decapitado, luchaba infructuosamente contra las garras y dientes del perro sobreviviente. Ya cuando sus fuerzas menguaron por el esfuerzo y la sangre perdida, pareció darse cuenta de su eor, soltó la cabeza muerta y agarró la viva con todas sus fuerzas. Pero se dio cuenta inmediatamente que ni haciendo un esfuerzo sobrehumana tenía chances de separarse de su agresor. Y de a poco se fue entregando, resignándose a su destino, como muchos de sus ancestros.
Cerró los ojos, aflojó los músculos, y aún tuvo tiempo de proyectar una última imagen antes de morir: La de su madre…
A continuación sintió un sonido corto, seco y áspero, como cuando se corta el pasto con una hoz. Luego lo embebió una dulce calma, y finalmente la bruma embotó su cerebro. Y ya no hubo rayos ni truenos, solamente un manto negro de silencio.
A unos veinte metros del lugar, un hombre que venía presuroso en busca del joven Li vio parte de la orgía de sangre.
Ramiro, uno de los custodios de la mansión, que por necesidades fisiológicas volvía de un baño situado en uno de los extremos de la muralla circundante, vio al niño vagar sin rumbo por la espesura. Le gritó pero Li no lo escuchó. Entonces, apurando el paso trató de interceptarlo, aunque debido a la oscuridad reinante se le escabulló de la vista en más de una ocasión.
 Finalmente dio con él, en el mismo instante en que el gigante rubio decapitaba al doberman que estaba matando al chico, se paró al ver que el grandote salvaba al joven, pero su asombro casi no lo deja reaccionar cuando el supuesto salvador volvió a levantar la hoja afilada para rematar a Li. El custodio solo atinó a gritar, y esa acción salvó la vida del amigo de Julián, y se llevó la suya.
El rubio de la mirada helada escuchó el grito y detuvo el recorrido del machete cuando empezó a bajar en busca del cuello del oriental. Un formidable fogonazo iluminó a giorno el parque de los Ferguson como para señalar a quién osaba interrumpir la faena del azote del infierno, aunque no hacía falta tanta luz para localizar a Ramiro, que había quedado paralizado ante la intención asesina del gigante.
Lo que pasó a continuación fue vertiginoso, apenas duró unos pocos segundos. El hombre del machete con agilidad increíble dio un salto colosal, corrió por la hierba mojada y dio otro salto que lo ubicó en las narices de Ramiro. Llegó rápido, e hizo su tarea aún más rápido. El machete ya había iniciado la curva descendente dirigiéndose al cuello del infortunado guardia cuando este en un acto reflejo levantó ambas manos para protegerse. Los tres elementos fueron amputados limpiamente y cayeron ordenadamente al lado del cuerpo sin vida.  
El asesino miro su obra sin piedad, e ignorando a Li, que seguramente ya estaría muerto, siguió su camino rumbo al verdadero objetivo de su visita a la mansión de los Ferguson. 
Arnaldo Zarza
Próximamente: La guerra Gaucha, homenaje.
El film de Lucas Demare.

jueves, 2 de septiembre de 2010

"La mansión satánica"
                           
 




                             Parte V 



Dentro de la casa, el rumor intermitente de la lluvia era quebrado de vez en cuando por el rugir de los truenos. La luz blanquecina de los relámpagos se filtraban por los ventanales del gran living, pintando, con su fantasmal presencia, muebles, cuadros, estatuas, sillones y lo que se le pusiera delante. 
Verónica subió lentamente por la vieja escalera de madera que comunicaba con los dormitorios de la planta superior. Se tomaría un baño de inmersión y pensaría cómo organizar la noche. 



Manu no podía venir, y ella no tenía ganas de estar sola. Quería divertirse. llamaría a las chicas, pediría unas pizzas, verían alguna película, o simplemente conversarían toda la noche.
Julián, sucio y sudoroso, prefirió ver algo de televisión antes de darse el baño correspondiente. Lo haría más tarde, pensó, si tenía ganas. Quería disfrutar a su manera el fin de semana, hacer lo que se le antojase, lo que le estaba prohibido en colegio de pupilos donde pasaba la mayor parte de su existencia, y evadir las reglas de la casa. Por suerte hoy no tenía controles, no estaban mamá Carmen ni Juana para regañarlo. A verónica simplemente la ignoraría, y punto. 
Con su hermana mayor no era que se llevaran mal, es más, por momentos la pasaban bien juntos, jugaban y se divertían a lo grande, pero, Vero era muy cambiante, como toda mujer, según él, y lo que era bárbaro durante toda la tarde, de golpe, el mismo juego o la misma broma la aburría o ponía de mal humor.
Julián no se daba cuenta que su hermana, debido a su edad, tenía otras necesidades diferentes a la suya. 

Verónica hablaba por teléfono con la séptima y última de sus invitadas a pasar la noche con ella. Era su mejor amiga, y dejó para el final su llamada porque de lo contrario no le habría alcanzado el tiempo para hablar con las demás. Mónica era charlatana como ella, y a veces hablaban horas sin darse cuenta.
El agua del Jacuzzi del baño de sus padres estaba tibia, espectacular. Afuera, la lluvia seguía azotando la fachada del edificio y doblando los árboles de los alrededores.
- No me falles.- Le dijo y cortó. Sabía que Moni vendría así se hiciera añicos el mundo, siempre se decían así: no me falles, era como un juego. 
Se quedó en el agua unos minutos sin decidirse a salir, pensando en su amiga, con quién tenían un pacto de eterna amistad; que nada ni nadie nunca lo podría torcer, y en Manu, el chico que la había conquistado por ser diferente a todos los demás.
Finalmente se decidió a salir de la pileta, y cuando se secaba escuchó a Julián moverse por el baño , pegado al jacuzzi, o por la habitación de sus padres, no estaba segura. Se envolvió en el toallón y fue a mirarse al espejo. caminó unos pocos pasos para ponerse frente a él. 
Seguramente Julián también querría usar el jacuzzi.
-Julián... Julián.-Llamó Verónica. No hubo respuesta.
-¿Julián?
Una carcajada fue lo que escuchó en respuesta, una risa desagradable cortada a medias por un trueno que hizo temblar los perfumes y objetos de vidrio de las repisas.
-Este pendejo... Julián, no seas boludo, andate que estoy desnuda.
Fue cuando miró el espejo. Lo que vio no duró más de un segundo, el suficiente como para ver con claridad la imagen reflejada en él. 
Su cuerpo desnudo tenía por rostro el de una vieja horrible. 
Se le heló la sangre... Gritó. No fue un grito desgarrador, apenas un gritito. No le salió otra cosa.
Temblaba. 
Le castañeaban los dientes.
Tenía los ojos cerrados, los había cerrado instintivamente. 
Unos segundos después los abrió con cuidado, como si pidiera permiso para hacerlo. Y allí estaba, normal, con el toallón ceñido al cuerpo, con su misma cara de siempre, como si no hubiera pasado nada.

Arnaldo Zarza
                                      Continuará.

miércoles, 25 de agosto de 2010

             La mansión satánica
                       Parte IV

Juana había hecho especial hincapié en no recoger los vidrios rotos del piso; ya lo haría ella mañana. Claro que a los niños no se les hubiera ocurrido levantar los restos del espejo, pero por las dudas se los dijo, no quería dejar un solo cabo suelto. Por esa misma razón debía apurarse, llegar lo antes posible a su casa, y con ayuda de Ramón, conjurar una vez más a los espíritus del mal. No era la primera vez que accidentalmente se llamara al ente maligno que habitaba la casa, y hasta la fecha, siempre había sido controlado. Aunque en esta ocasión presentía que la lucha sería ardua y dolorosa. 
Apenas escuchó el crujir de los vidrios al romperse el espejo, una fuerte oleada de poder mental la zarandeó de pies a cabeza. Instintivamente, o tal vez impulsada por esa poderosa fuerza, miró donde no debía mirar. Y en ese lapso tan breve vio y sintió el horror reflejado en mil diminutas astillas. 
Ella sabía que estaba asistiendo al despertar de un ser abominable, un monstruo a quién por años habían mantenido a raya, y en cierta medida, dominado.  
Había que actuar rápido, sin pérdida de tiempo, no debía dejar que el maléfico incremente su poder destructor.
La suerte estaba echada… La consigna: matar o morir.
Todavía estamos a tiempo.- Se dijo.     
Cuando salió al porche, la tormenta ya estaba en su apogeo. El viento fuerte hacía de las suyas a todo lo que se le pusiera delante.
Los árboles con sus ramas y hojas alborotadas bailaban al compás de los estruendos causados por los rayos, que partían la negra noche a puñaladas profundas,  blanquecinas y zigzagueantes. Antes de abrir el paraguas e internarse en la cortina de agua, se colgó del cuello el amuleto que le regalara el párroco del pueblo cuando apenas tenía diez y siete años. Con él había conjurado más de una situación delicada, y esperaba seguir haciéndolo. Lo acarició y se zambulló en el mal tiempo rumbo a su casa. El paraguas no aguantó cincuenta metros, se dio vuelta como una media. Lo soltó, ¿para qué lo quería?, a partir de ahora solo sería una molestia, después de todo, ¿qué mejor que el agua para purificar el cuerpo? 
Por momentos la oscuridad era total, y cuando la cegadora luz de algún rayo se abría paso entre el follaje efervescente, figuras espectrales tomaban la posta, para de inmediato someterse al reino de las tinieblas.
El silbido lacerante del viento, el lamento inhumano de los árboles y las ramas que caían pesadas por doquier, estaban a punto de doblegar a la dura criada.
Juana corrió, Juana gritó, Juana puteó, cosa rara en ella… Juana estaba asustada. Muy asustada. 
Atrás, no muy lejos de ella, dos ojos rojizos que resaltaban en la oscuridad como luces de neón, no le perdía el rastro.
Adelante, a no más de 10 metros, un tronco centenario se estaba viniendo abajo.
Juana sintió la explosión que hizo el árbol al quebrarse, y el fogonazo oportuno del rayo que le mostraba como el coloso se le venía encima. Solo atinó a taparse la cabeza con los brazos.
Siguió corriendo por inercia, como predestinada a llegar al sitio del impacto en el momento preciso.

 Arnaldo Zarza


Esta historia continuará.



viernes, 13 de agosto de 2010

La mansión satánica



Hoy, viernes 13 de agosto, día de miedo para los supersticiosos angloparlantes, el equivalente  nuestro al martes 13.
Días propicios para contar historias de terror.
       La mansión satánica Parte II


Verónica entró al living y caminó hasta el sofá de cuero verde donde se sentó. Manoteó el control remoto y cuando lo estaba por usar sonó el celular que tenía en el bolsillito del jean.
Se levantó y fue hacia el espejo que estaba justo frente a uno de los ventanales y allí, mientras miraba coqueta su estilizada figura atendió el teléfono.
-Hola Manu, si, si, ¿entonces, venís esta noche? Que macana, bueno, nos vemos mañana entonces. Sí, yo también. Cortó he izo un puchero de niña mimada.
Tendría que pasar sola la noche, que macana, si hubiera sabido que Manu no venía le habría dicho a las chicas de hacer una pequeña reunión para ver alguna película, comer algo y charlar, aunque tal vez aun estuviera a tiempo, se dijo. Pero no estaba segura, a quién quería en casa esa noche era a Manu.
-La tarta de jamón y queso está sobre la mesa de la cocina.- Escuchó que decía la voz de Juana.
Desvió levemente los ojos de su figura y la vio por el espejo, un poco atrás, a la derecha, diminuta y flaca como un espárrago, con el guardapolvos de color desvaído y el pelo negro recogido hacia atrás. Juana siguió hablando con su dulce tonadita del norte, recomendándole que no abusen de los dulces, que no duerman muy tarde, que la llamen si surgía algún inconveniente, que Bla, bla,- Verónica no la escuchaba, solo pensaba en Manu, y tampoco percibía que Juana no miraba el espejo al hablar, si bien la estancia se desdibujaba rápidamente por bruma del crepúsculo, era notorio que la empleada de los Ferguson evitaba mirar el espejo.
Crash…pum, pum… un fuerte y seco ruido, seguido de dos o tres golpes en el piso de madera la sacó de su letargo. 
Ahora sí Juana miraba directamente al espejo. Sus ojos desorbitados se dibujaron entre las astillas que dividían el vidrio roto, multiplicándose en cada uno de estos nuevos espejos. Verónica no percibió el espanto de la criada, y tampoco que inmediatamente después que el pelotazo hiciera su trabajo, se santiguó y volteó la cara para no verse reflejada en el espejo. Verónica fue hasta el interruptor de la luz y lo pulsó. Fue en ese momento cuando se dio cuenta que estaba sangrando, una pequeña astilla le había pinchado el pómulo izquierdo y su mano ensangrentada había manchado la pared. No era algo serio. Juana le desinfectó con agua oxigenada y le puso un esparadrapo.
-Vengan a dormir a casa.- les dijo, cuando entró Julián.
-No.
-¿Por qué?
-Es de mala suerte, van a suceder cosas muy feas en esta casa, vengan conmigo.
Y no, no quisieron ir. No se rieron de ella, tampoco hicieron bromas cuando se fue, la vieron muy mal, preocupada, desencajada. Además la conocían de siempre, y sentían cariño por ella, como si fuera una tía vieja del campo.
Juana sabía que estaban en el comienzo de días difíciles. Todos los años que trabajaron para protegerse y proteger a sus amos se habían ido al diablo, si, literalmente al diablo. Habían pasado veinte años de sus vidas dedicados desactivar a los espíritus malignos de la casa, y mal no les había ido, los habían cercado, confinados a un sitio donde no causaban mayores problemas, pero habían vuelto, y eran peligrosos.
El sol se había ocultado por completo, las luces del parque se habían encendido automáticamente, aun así, el aspecto general de la propiedad era tirando a oscuro, con zonas donde no se distinguía nada de nada, y otras donde bultos informes parecían flotar fantasmales por debajo de los frondosos árboles; Eran los doberman que soltaban al anochecer.
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  Arnaldo Zarza


Esta historia continuará.

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