miércoles, 18 de agosto de 2010

La mansión satánica


Capítulo III



Ramón terminó de lustrar el “Lancia delta”, favorito del patrón.
 El viejo Rolls negro cubierto por una funda blanca desde la última vez que se usó, un año atrás, no necesitaba franela, y seguramente quedaría oculto por toda la eternidad en el rincón del fondo. Ya había limpiado el “Toyota” de Carmen, la mujer de Alex, faltaba el escarabajo de Verónica, pero no tenía ganas de seguir, ya casi era de noche y estaba algo cansado, lo dejaría para mañana, después de todo la chica no lo usaría.

Ramón vivía casi pegado al galpón que oficiaba de garaje, no tenía más que apagar las luces, caminar unos pocos metros y abrir la puerta de roble para sentarse a descansar un poco en el cómodo sillón chesterfield, regalo del patrón, y esperar a Juana para iniciar los ritos de los viernes, antes de cenar. 




Una de las grandes hojas del portón estaba entreabierta, por donde se filtraban las risas, jadeos y puteadas de los jóvenes que jugaban a  ese deporte violento e incomprensible. Sus figuras, como opacas estelas luminosas, cada tanto cruzaban el estrecho marco de visión que Ramón tenía frente a sí, en pos del balón cónico. No es que les prestara mucha atención, pero siempre estaba atento a lo que pudiera suceder, su sexto sentido se repartía entre el trabajo propiamente dicho y lo que consideraba primordial: cuidar de la familia Ferguson, y en especial, a los niños.
Se sirvió el último amargo de la jornada y lo paladeó tratando de no pensar en negativo… después de todo, como decía siempre, no le había ido tan mal.
Lavó el porongo y la bombilla en la pequeña pileta y se dijo:
-Me voy, ¿que estoy haciendo aquí?  
Estaba a punto de accionar el interruptor de la luz cuando oyó un lejano chasquido, algo así como el ruido a vidrios rotos. Las risas cesaron: rompieron el vidrio de alguna ventana, pensó. Mañana tendría que cambiarlo.
-Estos chicos…    
La luz se apagó, aunque Ramón no recordaba haber movido el dedo para tal fin. Se puso tenso, intentó vanamente prender nuevamente la luz, pero… nada. 
Para ese entonces, un silencio sepulcral se había adueñado del lugar, y la penumbra solo dejaba distinguir manchas borroneadas donde antes brillaban los autos. Por el hueco del portón se filtraba un tenue resplandor informe, y el aire, hasta entonces quieto, comenzó a moverse, apenas… Lo necesario para erizarle los vellos del cuello y la nuca. Lo suficiente para que su piel y su mente percibieran que el fluido ganaba en consistencia, volviéndose denso, viscoso… como si fuera a cobrar vida.
Ya no fue fácil respirar…   
 Ramón transpiraba copiosamente y sus pulsaciones galopaban, pero aun así podía pensar con relativa claridad. Algo extraordinario había pasado, y sabía que si quería salvar su vida debía abandonar inmediatamente el lugar. Buscó la linternilla en su chaqueta, apuntó al frente, y como era de esperar no prendió. Pero Ramón conocía el lugar de memoria, con precaución estiró la mano derecha buscando el volswagen de verónica, que encontraba estacionado justo frente a la llave de luz, donde él estaba parado. 



En la yema de los dedos pudo sentir el frío metal del escarabajo; dio un paso hacia él, y casi lo abraza de contento al comprobar que transitaba por la buena senda. Prácticamente tenía resuelto el problema, solo faltaba rodear el auto y salir por el portón entreabierto. No quería fallar. Agazapado junto al coche, se quedó quieto unos segundos calculando lo que haría, respiró hondo y tomó impulso para correr.
Fue en ese preciso instante cuando una risotada inhumana llenó el galpón de ecos aterradores, y sobre ellos, las luces de los autos y los tubos del garaje parpadearon sincrónicamente, solo unas pocas veces, luego el viento huracanado se apropió del lugar.
Y, corrió, corrió.
Tal vez debido a esta situación tomó el camino equivocado, y fue el sorpresivo relámpago que tiñó de blanco el galpón, quién se encargó de mostrarle por un segundo, la trampa tendida.
Cuando el chofer de los Ferguson vio el foso que sobresalía delante del escarabajo,  ya era demasiado tarde para saltar.
Durante la caída al pozo donde generalmente hacía pequeños arreglos a los autos, la oscuridad había vuelto a sus retinas, negra como la tinta, y en sus oídos resonaban aun los ecos de la carcajada macabra.

Arnaldo Zarza


Esta historia continuará.

Quienes tengan historias interesantes para compartir la pueden enviar a:


Las publicaremos en el Blog.


No hay comentarios:

Publicar un comentario